Sentimientos encontrados

Mucho, pero mucho tiempo atrás, había una vez una joven que se enamoró profundamente y se casó con el hombre que pensaba sería el amor de su vida. Pero poco después, su esposo decidió casarse con otra mujer. Aunque esa situación no le parecía justa, ella empezó a darse cuenta de que otras familias en su alrededor vivían algo similar. Y aunque ella lo intentaba, no lograba quedar embarazada, mientras que la otra esposa sí. Con el tiempo, la amargura empezó a instalarse en su corazón, y esa incomodidad creció a medida que la otra esposa la acosaba y menospreciaba.

Su marido, en su deseo de hacerla sentir amada y protegida, le ofrecía regalos y obsequios, pero nada parecía llenar el vacío profundo que sentía en su corazón. Nada de lo que él hacía podía aliviar la profunda tristeza que le nacía de no poder ser madre, de ser tratada con desprecio, y de ver cómo su vida se desarrollaba de una manera que nunca había imaginado.

En medio de los desafíos de la vida, es fácil sentirse perdida o desorientada. A veces, nos enfrentamos a situaciones que no entendemos, y nuestra perspectiva puede ser distorsionada por el dolor y la frustración. Pero es precisamente en esos momentos cuando la oración tiene el poder de transformar nuestra visión. Al acercarnos a Dios en oración, no solo compartimos nuestras dificultades, sino que le permitimos cambiar nuestra perspectiva. A través de la oración, aprendemos a ver las dificultades como oportunidades para crecer en fe y en confianza.

¿Te suena familiar esta historia? No es una novela ni una fábula. Esta es la vida de Ana, la madre del profeta Samuel. Si vas a la Biblia, en el primer libro de Samuel, capítulo 1, encontrarás la historia completa.

Ana vivió lo que muchos de nosotros hemos experimentado en distintos momentos de nuestras vidas: una situación que no va como esperábamos. En aquel tiempo, el hecho de no poder tener hijos era una tragedia personal y social, y la solución de algunos hombres era tomar una segunda esposa. Ana, además de compartir a su marido con otra mujer, tuvo que soportar el dolor de la competencia y la burla de la otra esposa, quien veía su maternidad como una victoria.

Pero lo que Ana hizo, y que marcó un antes y un después en su historia, fue algo poderoso: ella oró. No fue una oración repetitiva, vacía o por costumbre. Fue una oración quebrantada, sincera y llena de dolor, en la que Ana reconoció su lugar ante Dios, humildemente. No pidió solo un hijo; pidió la bendición que solo el Señor podía darle, y lo hizo desde un corazón sincero, dispuesto a rendir sus sueños y deseos más profundos.

La oración, cuando la vivimos de manera auténtica, tiene el poder de guiarnos y aclarar nuestra mente. En medio de las lágrimas y la angustia, al entregarle a Dios nuestras cargas, encontramos consuelo y dirección. La perspectiva cambia, y aunque las circunstancias no cambien inmediatamente, nuestra forma de verlas sí lo hace.

Ana, al orar con fe, abrió un espacio en su vida para que el Señor la guiara, y esa fe fue la que permitió que se cumpliera la promesa de su hijo Samuel. Ella creyó en las palabras del sacerdote Elí, quien le dio una bendición, y, con fe, se levantó de ese momento de oración con la certeza de que algo iba a cambiar.

Al final, el Señor escuchó su clamor y abrió su vientre. Ana dio a luz a un hijo quien más tarde sería uno de los profetas más importantes de Israel. Fiel a su promesa, Ana cumplió con lo que había prometido: entregó a Samuel al Señor, dedicándolo a su servicio, cuando ya estaba listo para ser criado en el templo.

La rendición a Dios no significa que todo será fácil o rápido, pero sí que nuestra fe será fortalecida. A veces, las respuestas de Dios no son inmediatas, pero la paz y la esperanza que nacen de confiar en Él nos transforman. Ana no solo recibió lo que pidió, sino que, al entregar su hijo a Dios, vio cómo su obediencia se convertía en una semilla de bendición para su vida y para el pueblo de Israel.

Reflexión: El matrimonio, la maternidad y, en general, los cambios de la vida nos llevan a un lugar de rendición. En ocasiones, lo que nos sucede no es lo que habíamos planeado ni lo que habíamos soñado. Es fácil sentirse desbordada o incluso perder la esperanza. Sin embargo, la historia de Ana nos recuerda que la verdadera fuerza no está en luchar por el control, sino en aprender a rendirnos en oración, confiando en que Dios sabe lo que es mejor para nosotras.

Rendirse no es un signo de debilidad, sino un acto de valentía. Es un acto de fe, un acto de reconocer que hay algo más grande que nosotras mismas, que hay un Dios que tiene el control incluso cuando no entendemos todo lo que está sucediendo. Ana nos muestra que, a través de la oración sincera y humilde, podemos cambiar nuestra perspectiva, soltando nuestras expectativas y abrazando los planes perfectos de Dios.

En cada cambio, en cada momento de incertidumbre, la oración nos invita a confiar, a soltar y a recibir la paz que solo Dios puede darnos. No importa cuán dolorosa sea la situación; si entregamos nuestro corazón y nuestras cargas, veremos cómo Dios, en su fidelidad, nos llevará de la mano a través de cada temporada de nuestra vida.

Dios te bendiga,

Coronela Evangelina Costen de Fernandez

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