«Aunque el pecador haga mal cien veces, y sus días se prolonguen, con todo, también yo sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia.” Eclesiastés 8:12
Hay algo en el corazón humano que constantemente busca comparar: comparamos nuestro trabajo con el de otros, nuestras bendiciones con las de los demás, e incluso nuestras pruebas con las que otros enfrentan. El sabio Salomón también lo notó. En Eclesiastés 8, él observa la aparente injusticia del mundo: el impío prospera y el justo sufre. Y entonces se pregunta: ¿vale la pena ser fiel cuando parece que a otros les va mejor haciendo lo incorrecto?.
Pero Salomón llega a una conclusión poderosa: la verdadera paz no está en las comparaciones, sino en la comunión con Dios. Compararnos roba gozo, distorsiona la perspectiva y nos hace olvidar que cada uno de nosotros tiene un propósito único y un tiempo diseñado por el Señor.
Como dice Gálatas 6:4 “Examine cada uno su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse solo respecto de sí mismo, y no en otro.”
El cristiano que teme a Dios, aun cuando no entienda todo lo que sucede, confía en que el Señor tiene el control de los tiempos (Eclesiastés 8:5–6). No necesita competir ni compararse, porque sabe que la fidelidad tiene su recompensa, aunque no siempre sea visible de inmediato.
Hace pocas semanas atrás vimos la noticia de una corredora olímpica que perdió su medalla por mirar hacia los lados en la recta final. Se distrajo sin notar cuán cerca venía su oponente… y perdió por una fracción de segundo. Así pasa en la vida espiritual: cuando miramos demasiado a los demás, perdemos nuestro paso, nuestra paz y hasta nuestra meta.
El sabio Salomón también reconoció una verdad profunda: “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal.” Eclesiastés 8:11
Cuando Dios parece tardar en hacer justicia, algunos confunden Su paciencia con aprobación. Y es allí donde las comparaciones se vuelven peligrosas: miramos al injusto prosperar y pensamos que su camino es más fácil o más efectivo. Pero la Escritura nos recuerda que el tiempo de Dios es perfecto y que Su justicia nunca falla, aunque no se vea de inmediato.
Te comparto un pequeño consejo: deja de mirar alrededor y comienza a mirar hacia arriba. Dios no te compara; Él te llama por tu nombre. Vive con gratitud por lo que eres y tienes hoy. Porque al final, como enseña Eclesiastés, “no hay para el hombre cosa mejor debajo del sol que alegrarse en su trabajo” Eclesiastés 8:15.
Haz lo tuyo con gozo, con fe y con los ojos puestos en el Señor. No fuiste creado para competir, sino para reflejar Su gracia en tu historia de vida. Recuerda que agradecemos por tu vida, por tu fidelidad y por la manera en que sigues siendo luz donde Él te ha puesto.
Dios no se olvidó, Él sigue obrando; y su justicia… aunque parezca tardar… siempre llega a tiempo.
Un abrazo de Bendición,
Coronel Leonardo Fernández
Cuando nos comparamos no estamos siendo justos.
Debemos mantener nuestra mirada en nuestro Señor Jesucristo. Él es la fuente de nuestra paz, gozo, provisión y felicidad
Amen Coronel. Gracias por el mensaje. Bendiciones