Nuestra Fragilidad

2 Corintios 4:7 – «Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.”

Hace tiempo atrás, paseando en la Ciudad de Puebla, México, entré a una tienda de Talavera Poblana buscando un regalo especial. Me cautivaron las piezas hermosamente diseñadas por manos artesanas: tazas, platos, vasijas moldeadas con dedicación, horneadas en fuego de leña, decoradas con un esmalte increíble que capturaba la luz como si estuviera vivo.

Pero fue al salir de la tienda que algo inesperado detuvo mis pasos. Un letrero humilde en un cobertizo al costado decía: “Vasijas desgastadas y defectuosas”. Sonreí sorprendida por la sinceridad de quien lo escribió. Las piezas ahí parecían similares a las de adentro… pero no del todo. Algunas estaban torcidas, otras con grietas o marcas irregulares. El alfarero, en su juicio, había decidido que esas vasijas no merecían estar en el salón principal.

Y entonces, como un susurro encendido por el Espíritu, me pregunté:
¿Alguna vez me habré sentido así ante Dios? ¿Demasiado desgastada por la vida, quebrada por mis errores, débil por mi humanidad? ¿Acaso mis imperfecciones me hacen menos valiosa para Aquel que me creó?

Querida hermana, si alguna vez te has sentido como una de esas vasijas defectuosas, u olvidada porque no ocupas un lugar en el salón principal, quiero recordarte algo considerando este tiempo cercano a Pentecostés:

¡El Espíritu de Dios no busca perfección humana, sino corazones dispuestos! Él ha elegido nuestras vidas frágiles y quebrantadas como el lugar donde reposará Su gloria.

El apóstol Pablo nos lo recuerda con claridad: “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro…” – Ese tesoro no es otro que el Evangelio glorioso de Jesucristo, y tú lo llevas dentro. ¡Sí, tú! Aunque estés cansada. Aunque tengas grietas. Aunque sientas que no eres suficiente.

Eres el recipiente elegido por Dios para portar lo más precioso del universo: Su presencia viva. El poder le pertenece a Dios, no a nosotras, es Su poder que se perfecciona en nuestra debilidad.

Cuando dejamos de brillar con luz propia, entonces el poder del Espíritu Santo puede irrumpir con fuerza y transformar vidas a través de la nuestra.

Así que, preparándonos para Pentecostés, donde celebramos que el fuego de Dios descendió sobre Sus hijos, no escondas tus grietas. No huyas de tu debilidad. Levanta tu rostro. Extiende tus manos al cielo porque cuando el mundo vea lo que Dios hace con una vasija como tú, no podrá negar que el poder viene de Él.

Y recuerda: Eres escogida. Estás llena del Amor de Dios. Estás ungida y el tesoro en ti está listo para ser derramado.

Dios te bendiga,

Coronela Evangelina Costen de Fernandez

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